La carta «interiorizada», independientemente del modo utilizado (chupada, bebida,
tragada, mordida, digerida, respirada, olida, husmeada, vista, escuchada, idealizada,
tomada de memoria y recordada a quienquiera que sea o en vías de serlo), la «carta»,
cuando la asumes y no te conformas con «incorporarla» dejándola cerrada en un lugar
de tu cuerpo, la carta que diriges ahora, e incluso de viva voz e incluso en carne
viva, la carta no puede entonces llegar a su destino, menos que nunca: no llega a
lograr llegar al otro. Es la tragedia de mí en la «introyección»: es preciso amarse
para amarse, bueno, si así lo prefieres, amor mío, para amar.
Chère Ele:
Sangre. Según salgo, sangre.
Sangro. Sangro nada más llegar.
Soy yo quien sangra o es la cité que se desangra?
Disculpa que te escriba tan poquito, tan pequeñito. Como ves, no tengo tanto espacio.
Ojalá nos entendamos.
Recién llegada y salida del aeropuerto, esperando el tren para mi frère, veo pasar
a las femmes, por qué son todas aquí
tan guapas,
tan libres,
tan ellas mismas.
En unas horas me veo con Gertrude y Alex. Cómo serán en carne y hueso? Cómo serán
a color? Habrán cambiado mucho desde el instituto? Y Peggy, seré alérgica?
La postal no da para más. Perdona que te envíe una tan cliché, con esa polla metálica
y puntiaguda que todos asocian a la cité. No encontré otra en la estación. Mañana
te escribiré más extensamente.
Bisous:
Γεια σου, μαμά.
¿Qué tal tiempo hace allí? Fijo que hace sol y calor. Europa nos dio la bienvenida
con una tormenta y desde entonces no ha cesado de llover. Una tormenta oblicua, pesada,
pero sin las gotas gordas y punzantes de por allí. Allí llueve como si protagonizásemos
una peli romántica de escaso presupuesto, a punto de morrearnos bajo el chorro de
una manguera. Aquí parece que le hubiese entrado sueño a la lluvia, que estuviese
ojerosa y anticuada, como si se precipitase desde un lagrimal melancólico o bostezase
el cielo. O quizá solo sea la regla, y las pastillas, y el desfase horario. Toda la
noche en pie garabateando cartas a amigos ficticios sobre el vaho de la ventana. No
te preocupes, mamá: traje mis esponjas.
El viaje ha sido espantoso; si llegamos a saber que en avión se va tan apretado, nos
venimos en barco. Tal vez a la vuelta, como los ancestros. Yo apenas pasé miedo, solo
durante el embarque. Kastor sí tembló de lo lindo hasta que le sirvieron su tercer
whisky.
—Piensa en el abuelo —intenté calmarle—. Él buceaba a cien pies de profundidad y nosotros
aquí, a treinta mil de altitud, tan panchos.
Tajante, a modo de respuesta, apuró su vaso.
—Él tenía que aguantar la respiración —insistí— y nosotros tenemos aire acondicionado.
—Él tenía pescado fresco y nosotros esto —dijo y señaló su bandeja de plástico.
Entonces me bajó la regla, supongo que por falta de presión atmosférica. La sangre
supuraba a través de las bragas, serpenteaba por los muslos. Como habíamos facturado
las esponjas, tuve que vérmelas y deseármelas con lo que encontré en el cuarto de
baño, ese cuarto angosto y tembloroso, cuyo váter aspira a succionarte el ano. Previsiblemente,
no había compresas ni tampones pero sí pañales. Menos mal que no te hice caso y vestí
mi falda negra volada. Si me hubiese puesto tus pantalones vaqueros, la mancha y el
pañal habrían cantado a leguas.
Cuando volví al asiento, Kastor aún se quejaba por su salmón a medio descongelar.
—En el capitalismo todo está recalentado —dijo, como si en la URSS no hubiese microondas.
Al final ha tomado su tren hoy, no ayer. Ayer se quedó a dormir con nosotros. Quería
conocer a Gertrude y Alex en persona. Se han caído simpático, creo. Cenamos de picoteo
mientras Peggy gateaba entre nuestros pies. Es un bebé encantador, lleno de energía;
ya balbucea sus primeras consonantes. Lástima que Ele no quiera mostrarte las fotos
que nos enviaron al iniciar nuestra correspondencia. Así por lo menos sabrías cómo
eran cuando íbamos al instituto.
¿Y cómo son ahora? Como te los he descrito un millón de veces. Alex posee unos hombros
anchos, la cara tiznada, cráneo sólido y el mismo bigote desde los dieciséis; y Gertrude
es más rubia y pálida y de ojos más grises y atigrados de lo que anticipábamos. Su
blancura no se debe a la sobreexposición de aquellas fotos caducas que tanto hemos
manoseado. Igual que aquí no tienen nuestra lluvia, tampoco nuestro sol. Si Kastor
pudiese llamarte por teléfono, te los describiría clavaditos, tal y como yo. Quizá
añadiría que ella es más simpática y habladora que él. Pero entiendes lo apurado de
dinero que va tu hijo. Su beca no es tan generosa como la mía. Hacemos como acordamos:
tú mándame sus cartas, que él me mandará las tuyas; yo seré vuestra cartera.
Gertrude y Alex se han quedado a cuadros con las esponjas. Estabas en lo cierto: son
el mejor regalo que podíamos brindarles. Cualquier otro producto típico habría resultado
predecible, rutinario. Aquí está muy extendido el uso de las artificiales, hacía años
que no tocaban una natural, les ha fascinado su superficie rugosa. Gertrude bromea
con que tienen el color y los agujeros de los quesos de su tierra. En cuanto las prueben
me darán su impresión. Yo ya he estrenado las mías, duchándome con una y absorbiendo
la sangre con la otra. Mientras te escribo, noto cómo se expande en mi interior.
No te voy a preguntar por los chicos, porque ¿qué puede haber cambiado en unos días?
Yannis seguirá tan abstraído y enfurruñado como siempre, Xenos con las pruebas de
acoplamiento que no caga y Yorgos solo pensando en Kálimnos. En cuanto a Xander, le
he pedido a Kastor que prenda una velita por él, y otra por papá, en el Vaticano.
Aunque sean católicas, de algo valdrán.
Con tantos ausentes, la casa debe sentirse muy fría. Yo ya te echo una barbaridad
de menos, y eso que no han transcurrido ni cuarenta y ocho horas desde que nos llevaste
al aeropuerto. Es imaginarme el vestido de tweed que lucías, la falda recta, el cinturón ciñéndote la cintura, tu gorro de fieltro
con forma de maceta invertida, y me brotan las lágrimas con violencia. Solo me da
ánimos anticipar nuestra llamada del viernes. Conforme me ingresen la primera mensualidad
te llamo sin falta. No podrá ser por la tarde, al terminar tu turno. Recuerda las
seis horas de diferencia y que los sábados también madrugo. He tenido mucha suerte
al conseguir esta oportunidad, no quiero pifiarla. Si te llamo a las 12:00, ¿te pillaré
en la pausa para almorzar? Recuérdame el teléfono del club y pídele permiso al encargado.
¡Ánimo, mamá, que en unos días es marzo!
No te escribo más; mañana empiezo el trabajo y hay mil horas de sueño que recuperar.
Με αγάπη.
PS. Cuando puedas, mándame la ropa que me falta. Y no te olvides de mi maquinilla
de afeitar. Dentro de poco hará bueno y habrá que mostrar las piernas, que ahora parecen
dos tapices turcos enrollados a contrapelo.
Chère Ele:
Quelle folie! Sabías que aquí hay 6 —6!— estaciones de tren? Será que estamos todas
desesperaditas por venirnos a París. Será eso, sí.
Kastor y yo lo aprendimos ayer a la fuerza. Estamos en la gare d’Austerlitz, esperando
el tren a Praga, creyendo que todos salen de allí. Cuando nos queremos pispar de que
la de Lyon,
la de St. Lazare,
la de Montparnasse...
también existen, ya es demasiado tarde.
Kastor ha tenido que dormir con nosotras. No sabía nada de nuestro affaire. Ha prometido
no decir ni mu a mi mère.
Por la cuenta que le trae! Su secreto checo está en estas manos. De todos modos, sus
cartas pasarán por mí. Sí o sí.
Lo que me jode es arrancar así de mal con Gertrude y Alex. Trayendo un homme a casa,
aunque sea mi frère.
Si hubieses visto la cara de Alex al abrir la puerta! Ya nos informó de lo separatista
que es. 0 penes a su alrededor.
Primera vez que me alegro de que Kastor sea mi gemelo. El parecido impide pensar que
sea un ligue.
Te imaginas, pasar mi primera noche chez elles con un hetero?
Tomamos una tabla fría de quesos y embutidos mientras Peggy le araña los tobillos
a Kastor. Debe ser el primer homme que ve en años.
Luego, entre maullidos agudos y apenados, como si le estuviesen pisando la cola, da
lametones a la parte más oscura del parqué.
Es una gata muy rara, con su suéter rojo de punto. Al final sí que soy alérgica. Nada.
Otra pastilla más al cóctel diario y listo.
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