Introducción
El problema del 1 por ciento maligno
No creo que sea una opinión, sino un hecho cierto, que resulta malo ser torturado, humillado o herido. De igual manera que es mejor para la gente ser amado y cuidado antes que odiado y abandonado.
Geoffrey Warnock,
filósofo de la Universidad de Oxford
La psicopatía es una manera de ser. El (o la) psicópata tiene un modo peculiar de pensar, de emocionarse y de actuar. Su pensamiento es egocéntrico y centrado en lo que desea: todo lo demás es irrelevante o como mucho secundario. No toma decisiones basándose en principios morales, sino en su capacidad estratégica de hacerle conseguir lo que desea. Sus emociones negativas (ira, hostilidad, desprecio, envidia) son intensas, aunque muchas veces duran poco; las emociones positivas (empatía, compasión, sentido de la justicia, amor, lealtad) son muy débiles o inexistentes. En cuanto a comportamiento, cuidará su imagen y tratará de engañar y seducir a quien le convenga. Llegado el momento podrá usar la violencia psíquica, física o la que le provea su cargo (si lo ostenta) para satisfacer su motivación esencial: el control del ambiente en donde se desenvuelve; el dominio. En una palabra: el poder.
Los psicópatas integrados
He de advertirte que en este libro no me voy a ocupar del psicópata asesino serial o criminal violento que quizás has podido leer en otras obras mías; citaré algunos ocasionalmente, pero están al servicio de clarificar las explicaciones y argumentos que dedico al psicópata integrado «normalizado», el sujeto de esta obra. Un psicópata integrado es un individuo que no ha sido definido como un criminal o como un psicópata por parte de la sociedad, pero que es responsable de una gran cantidad de sufrimiento en el mundo. ¿Cómo es posible esto? Pues lo es o bien porque son criminales ocultos que pasan por ciudadanos honrados, o bien porque ostentan posiciones de poder o estatus que les permiten, al menos para una parte de la opinión pública —muchas veces, sus propios conciudadanos, algo sobre todo muy típico en el caso de los políticos—, disfrazar sus actos egocéntricos y crueles como comportamientos honorables y legítimos. Es habitual que solo con el paso del tiempo se haga evidente la extensión y gravedad de sus actos destructivos, ya sea en el seno de una familia, en una organización o en todo un país. Como efecto menos lesivo, el psicópata integrado expandirá infelicidad y miseria moral.
La profesora de la Universidad Complutense de Madrid Ana Sanz y su grupo ha investigado cuál es la extensión o prevalencia de la psicopatía en la sociedad atendiendo a los diversos trabajos publicados en todo el mundo hasta la actualidad. Concluye que, entre los delincuentes identificados por haber cometido crímenes y condenados por ello, en torno al 15 por ciento de los varones son psicópatas, un 10 por ciento en el caso de las mujeres presas. Pero si atendemos a la población en general, que es donde se encuentran los integrados, el porcentaje disminuye en torno al 5 por ciento, de nuevo con una presencia mayor en los hombres, con aproximadamente un 8 por ciento, que en las mujeres, con alrededor de un 3 por ciento.
Ahora bien, hay que hacer varias consideraciones en estos datos. La primera es que se sabe que la prevalencia de los psicópatas es mayor en los puestos donde se ejercen funciones directivas o se relacionan con el poder, como mánager y ejecutivos de empresas, directores de corporaciones, organizaciones o partidos políticos, donde el porcentaje llega al 13 por ciento. La segunda consideración es que si se utiliza el test más exigente para evaluar la psicopatía (que se explica más adelante), los valores caen en torno al 1 por ciento entre la población en general. Quiero ser conservador y utilizar este último dígito para representar el problema global que representa el psicópata para la sociedad, si bien has de tener en mente que entre las profesiones que «tocan el poder» el porcentaje es muy superior.
Extrapolemos estos datos para nuestro país. Si estimamos que en torno a un 15 por ciento de la población penitenciaria presenta una psicopatía, y tomamos en cuenta que esta ronda en torno a los 55.000 presos, esto significa que solo unos 2.000 de ese 1 por ciento están bajo control. En otras palabras, hay aproximadamente 468.000 psicópatas integrados (el 1 por ciento de 47 millones de habitantes menos los 2.000 encarcelados) recorriendo nuestras calles y con voto en los diferentes envites electorales. La gran mayoría de estos no son criminales, pero sí responsables de prácticas de abuso, explotación y daño moral a otras personas. Por ende, no es infrecuente que los psicópatas integrados incurran en infracciones administrativas o incluso penales (acoso, abuso de autoridad, violencia psicológica, tráfico de influencias y un largo etcétera), pero con frecuencia pasan desapercibidas. Hay varias razones para esto: en ocasiones las personas afectadas no denuncian por los costos que esto supone (financieros y anímicos); otras veces tienen muy poca confianza en que su caso pueda probarse satisfactoriamente en los tribunales, y finalmente hay mucha gente que teme ser objeto de represalias, sobre todo en el ámbito de la familia o de las empresas y organizaciones.
Dicho esto, no debemos olvidarnos de ese otro 5 por ciento que ya hemos comentado que hace referencia a la población general. Aunque, como mencioné anteriormente, según el test más exigente, la cifra correcta de psicópatas sea 1 por ciento, este 5 por ciento muestra una tendencia a la psicopatía. Es decir, con toda probabilidad, en esos dos millones casi de españoles que tendríamos que añadir a los 468.000 ya contabilizados nos encontraremos con individuos dentro del espectro de la psicopatía, seguramente con una intensidad menor en sus cualidades o rasgos psicopáticos, aunque tampoco podemos despreciar que haya mucha gente que tenga una psicopatía tan intensa como la correspondiente a ese 1 por ciento.
En el transcurso de este libro, cuando hable de psicópatas en general, me referiré a ese núcleo más estricto del 1 por ciento. Mientras que si utilizo la expresión (o una variedad de ella) «sujetos que están (o pueden estar) dentro del espectro de la psicopatía», quiero decir que, al menos, estarían situados dentro del 5 por ciento psicopático.
Dos razones para la alarma
¿Por qué representa un motivo de alarma sobre todo ese 1 por ciento? Por dos razones. La primera es su potencial destructivo directo: cuando ostentan poder financiero o político, pueden hacer un daño inmenso a la sociedad, y de hecho en este recorrer del siglo xxi hemos recogido pruebas concluyentes acerca de ese efecto nocivo. Dicho esto, tampoco podemos despreciar el daño que pueden ocasionar en el transcurso de una vida más ordinaria, particularmente a su familia (sin que sea necesario que exhiban violencia física), o en el ejercicio de su profesión, lo que es más cierto en aquellas actividades que tienen influencia sobre el carácter y la vida de muchos, como son los profesores, jueces, militares, médicos, sacerdotes, psicólogos, influencers, etc.
En ese 1 por ciento hay sujetos con mayor capacidad de hacer daño que otros. Los psicópatas varían mucho a la hora de ejercer su necesidad de control y poder, y algunos pueden recurrir a una violencia extrema en determinados momentos (dejando de ser integrados para convertirse en criminales identificados, sobre todo si son llevados ante la justicia, lo que no ocurre muchas veces), mientras que otros pueden contener mejor sus impulsos hostiles y canalizarlos de forma más sutil, por ejemplo, mediante el engaño o el acoso. Finalmente —y en el ámbito de la política— también hay que contar con el hecho de que existen sociedades donde hay más defensas y controles frente al abuso de poder, de tal manera que no es lo mismo que un psicópata lidere Estados Unidos (como Donald Trump) que Rusia (Putin), ya que el primero es un país de larga tradición democrática, mientras que el segundo sigue siendo un estado fuertemente autocrático. En otras palabras, a la hora de evaluar el riesgo que supone la psicopatía hay que atender tanto al potencial destructivo del individuo como a los recursos con los que cuenta y la situación en que se encuentra.
Esta capacidad de destrucción directa es posible porque podemos considerar al psicópata como el ser más preparado para realizar el mal. Con el concepto de «mal» no tenemos que recurrir a complicadas teorías sociológicas o filosóficas para saber a qué me refiero: si lees de nuevo la cita que encabeza esta introducción tendrás una comprensión transparente de lo que quiero decir. Además, la investigación científica derivada de los estudios sobre criminalidad, psicología política y empresarial, y en otros muchos ámbitos (conflictos bélicos; abuso infantil y de la tercera edad; violencia de género...), coincide en este punto: el psicópata es el ser más dañino y reincidente.
No hace falta ser un experto para atisbar indicadores de la personalidad psicopática. Por ejemplo, ante una noticia como esta, en la que la Policía captura a un grupo dedicado a traficar y esclavizar a jóvenes rumanas, a las cuales —si no alcanzaban los 400 euros de beneficios al día— les «rapaban la cabeza y les obligaban a dormir en el suelo debajo de la cama del proxeneta», la mayoría de la población es capaz de percibir un trato degradante, pero eso no es todo, ya que estas mujeres también eran forzadas «a salir desnudas al balcón en pleno invierno; o directamente eran "condenadas" a recibir latigazos con cables de teléfono». No, no necesitas ser un experto para comprender que estos actos son malvados, y sus autores una desgracia para nuestra especie. Un comportamiento de esta naturaleza nos faculta para presumir de modo razonado que estos traficantes son psicópatas (o sociópatas; en breve veremos la diferencia) porque poseen el sadismo tan característico de esta condición, la cosificación total de las chicas, su renuncia explícita a considerar el atributo moral por excelencia: la dignidad. Esto mismo puedes verlo en el comportamiento de psicópatas integrados que, ante los ojos de todo el mundo, parecen tipos estupendos, solo que no habrá latigazos o rapado de cabeza, pero sí un ataque insidioso y cruel a la autoestima de su presa, a su modo de pensar, a sus valores e ideales, a sus derechos... con el mismo resultado de degradación personal y quizás colapso mental. Recurriendo a la documentación existente y a mis archivos personales, voy a procurar que te hagas una idea clara de lo que estoy hablando y comprendas las múltiples formas en las que los psicópatas lideran el mal en el mundo.
En pocas palabras: el psicópata representa la imagen ancestral del sujeto al servicio del mal. Él (o ella) es quien encarna el modelo del ser malvado que está con nosotros desde el mismo origen de nuestra especie, lo que se comprueba de modo sencillo con la lectura de algunos de los libros canónicos de nuestra historia. Por ejemplo, en el siglo xvi muy poco se sabía de psiquiatría o psicología. ¿Cómo es posible entonces que Shakespeare dibujara modelos casi perfectos de lo que hoy la ciencia entiende por un psicópata? ¿De dónde extrajo los rasgos de ego inflado, manipulación, crueldad y ausencia de todo principio moral que nos estremece cada vez que leemos su descripción de personajes como Claudio (el tío de Hamlet), Yago, Macbeth o Ricardo III, y que son los rasgos esenciales de la psicopatía? La respuesta es que el bardo utilizó su intuición genial de artista para poner en palabras a un tipo de ser que, con el devenir de los siglos, ha configurado en nuestro imaginario colectivo el prototipo del malvado, un arquetipo que, en sus variadas formas, y desde el origen de nuestro género Homo (hace dos millones de años aproximadamente), ha conformado desde siempre una parte de nuestra realidad.
Junto a su capacidad para dañar o destruir a las personas es igualmente importante dejar constancia de su potencial corruptor de la sociedad, al erigirse como modelo y posible inspirador de formas de pensar, sentir y actuar que, lejos de marcar un camino hacia el progreso del individuo y la sociedad, contribuye, en calidad de ejemplo negativo, a promover la falsedad, el engaño y la crueldad en el tiempo en el que vive y, con ello, la desconfianza y la hostilidad. Me baso aquí en la obra del filósofo español Javier Gomá, que ha establecido de modo riguroso que, a la pregunta esencial de cómo hemos de vivir, la respuesta se encuentra en el imperativo moral que tiene toda persona —por el hecho de serlo— de esforzase para que su comportamiento sea un ejemplo positivo para los demás, ya que, se quiera o no, nuestra existencia está desde el nacimiento interconectada con la de otras muchas personas, de modo tal que no podemos dejar de ser ejemplos los unos para con los otros. De esto se sigue que, en la medida en que el modo de ser del psicópata se presente como algo deseable en la comunidad, su potencial para emponzoñar los valores y metas de la convivencia y de sus instituciones lo convierte en el enemigo más acérrimo de la humanidad, ya que degrada el horizonte moral del ciudadano. Pues, en suma, al psicópata le es ajeno lo propio del hombre: su dimensión espiritual y moral, fluir en su desarrollo humano como un ser con unpropósito trascendente, esto es, que mira por un bien superior al de su mera existencia limitada en el tiempo.
Qué les hace temibles
En este libro argumentaré que la psicopatía es uno de los problemas más graves que tiene la humanidad, dado que muchas personas que ostentan un gran poder pueden clasificarse dentro del espectro de esta condición, sin olvidar los actos dañinos que son propios del psicópata, más allá del poder social que ostenten. Para concretar, verás conmigo ejemplos y argumentos que pondrán de relieve la amenaza que representa el psicópata. Dichos argumentos son, en síntesis, estos diez:
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Psicológica y fisiológicamente están mejor adaptados para violentar y abusar de sus semejantes. Tienen paciencia y habilidad para seleccionar a sus presas.
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Carecen de principios morales que regulen su comportamiento.
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Están emocionalmente desconectados de los demás, lo que les permite dañar sin sentirse mal.
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Su capacidad de manipular y de fingir que son «buenas personas» o «líderes visionarios» les facilitará ostentar puestos de gran responsabilidad en empresas o instituciones públicas, sobre todo si son del tipo psicópata primario controlado, como veremos más adelante.
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Son expertos en sortear los filtros de censura moral de las relaciones sociales y de las instituciones, tanto públicas como privadas.
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Aun cuando son identificados, con frecuencia han desarrollado una cohorte de admiradores y protectores, o han llegado a ostentar tal grado de poder que resulta muy difícil neutralizarlos.
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Nuestra sociedad es propicia para el desarrollo del psicópata y de su modo de vida. Esto es debido a que tiende progresivamente a sustituir los valores de solidaridad y responsabilidad compartida en el logro del bienestar general por la competencia individualista tras el éxito material como valor central. En otras palabras, al hurtarse como eje central de la persona el logro de una vida con propósito o sentido existencial, se anima al individuo a que haga suyo y prospere en un mundo nihilista y sin metas trascendentes, lo que le condena a una pobre realidad humana, que es el escenario donde vive el psicópata.
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La educación de las nuevas generaciones desatiende el «lado oscuro» del ser humano y tiende a infantilizarlas. Lejos de profundizar en promover la resiliencia —la capacidad de superar obstáculos e infortunios para lograr una vida con propósito—, nos volcamos en que nuestros hijos «no sufran» contrariedades o decepciones, que no se expongan a contenidos «ofensivos» que puedan «lastimarles psicológicamente» y que, en suma, procuren pasar por la vida sin muchas dificultades. Sin embargo, como veremos en su momento, el dolor, el mal y la incertidumbre hacia lo desconocido son bien reales, y obrando de este modo hacemos de nuestros niños víctimas más fáciles de los psicópatas.
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La violencia psíquica o física, desde el acoso y la humillación hasta la destrucción total, es una alternativa preferente en su manual de «resolución de problemas». Una de las razones de esa preferencia es el disfrute que obtienen al obrar de este modo, más allá de que su naturaleza es la óptima para el uso de la violencia y la coacción.
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El psicópata es el ser más preparado para hacer realidad las peores distopías de la humanidad, dado que no reconoce ni es capaz de experimentar la esfera espiritual del ser humano. Por «espiritual» entiendo la dimensión humana que busca encontrar un sentido o propósito a su existencia, donde anidan los valores e ideales que promueven la conexión con los otros, con la naturaleza (o el universo) y permite el disfrute de la belleza en su sentido más pleno.
Para él solo hay dos tipos de personas: los depredadores y las víctimas. Nosotros tenemos una tercera narrativa: somos protectores, de nosotros mismos y de los demás. Este es un libro basado en la investigación que pretende, ante todo, que te hagas las preguntas adecuadas acerca de tus valores y el tipo de personas con el que te quieres relacionar. Si decides que no te agrada para nada el modelo de vida que representa el psicópata y te ha tocado enfrentarte a él, tengo dos buenas noticias, a las que podríamos denominar los dos principios de la lucha contra el psicópata: