Voy a contar una historia sobre lo más importante del mundo: nuestro cerebro. Una masa de materia que tenemos en la cabeza y que está compuesta de casi cien mil millones de neuronas, conectadas en una maraña indescifrable. Sinceramente, creo que el cerebro es el fragmento más fascinante del universo. ¿Por qué digo esto? Porque, de esta sopa de neuronas y espaguetis de conexiones surge, de una manera todavía misteriosa, pero que ya empezamos a entrever: la mente humana. Todas las actividades mentales y cognitivas de los seres humanos, incluyendo nuestros pensamientos, nuestra personalidad, nuestra conciencia, nuestras percepciones, recuerdos, emociones, comportamiento, todo lo que hemos sido, lo que somos y lo que seremos, salen del cerebro. Y no hay magia, de la actividad neuronal surge la mente humana; no aparece del éter o del aire, sino del cerebro. Esto es algo que ya sabían los médicos desde tiempos de los egipcios, que astutamente se dieron cuenta de que, cuando había daño en el cerebro, también había repercusiones en las actividades motoras y cognitivas. Desde entonces y hasta hoy en día, médicos y científicos hemos comprobado sin ningún atisbo de duda que el sustrato biológico de la mente es el cerebro. De hecho, lo hemos descubierto no solamente estudiando casos clínicos de pacientes humanos, sino también haciendo experimentos con animales de laboratorio. Resulta que la naturaleza funciona de una manera coherente y sistemática, y la biología de los seres humanos es idéntica a la biología de otras especies. Somos animales bilaterianos, es decir, con simetría bilateral; vertebrados, con columna vertebral; pertenecemos a la clase de los mamíferos, con glándulas mamarias y pelo, y, dentro de los mamíferos, a los primates, es decir, a los monos arborícolas. Tenemos un cerebro más grade de lo normal, pero, a la hora de la verdad, somos un animal más. Por eso, si estudiamos y entendemos los cerebros de otros animales, esencialmente los entendemos todos, incluido el nuestro.
Antes de entrar en materia, tenemos que detenernos un momento para explicar de qué estamos hablando exactamente. ¿Qué es el cerebro? Lo que normalmente entendemos como cerebro es una parte del sistema nervioso central, un órgano del cuerpo compuesto de neuronas y células gliales, protegido por estructuras óseas. El sistema nervioso central se compone del cerebro propiamente dicho y de la médula espinal. El cerebro se encuentra dentro del cráneo, mientras que la médula se encuentra dentro de la columna vertebral. Además del sistema nervioso central, tenemos también otro sistema nervioso, el periférico, distribuido por todo el cuerpo y compuesto de ganglios y nervios, recubriendo el cuerpo y también el aparato digestivo.
Vamos a dar un repaso a estos dos sistemas nerviosos, visitando un poco, a vista de pájaro, todas sus partes.
El cerebro
Empezaremos por la parte más importante: el cerebro, el centro de operaciones del sistema nervioso central. En realidad, lo que llamamos cerebro forma técnicamente parte del encéfalo, el órgano más grande del sistema nervioso central de los mamíferos, que se localiza en la parte superior, dentro del cráneo, incluyendo también el tronco del encéfalo y el cerebelo. El encéfalo está recubierto de una corteza que llamamos, precisamente, corteza cerebral, aunque en latín es cortex. Va a ser la parte del cerebro protagonista de este libro, porque ahí parece que está ocurriendo todo lo que nos interesa: la generación de la actividad mental. La corteza es, en realidad, una capa muy fina, tiene cerca de dos milímetros de grosor, recubre todo el encéfalo y está doblada y arrugada, como si la naturaleza la hubiera metido a presión dentro del cráneo. Y hay algo de verdad en ello, pues resulta que la corteza cerebral de los seres humanos es enorme, por eso está doblada en una serie de surcos y circunvoluciones, para que quepa bien en el cráneo. Si la estirásemos y extendiéramos, tendría el tamaño aproximado de una servilleta bastante grande, de esas que se ponen en los restaurantes caros. En otros animales no está arrugada, lo que nos da una pista de que, en la evolución del ser humano, la corteza ha crecido de una manera desmesurada. Pero ¿por qué, en vez de arrugar la corteza, la naturaleza no nos dotó de cabezas más grades? Es posible que los humanos no tengamos una cabeza más grande porque no sería posible que naciéramos a través del canal pélvico de las mujeres. Si lo pensamos bien, es sorprendente que, en la especie humana, antes de que se desarrollase la medicina, era muy normal que las mujeres y los fetos murieran durante el parto o tuvieran grandes problemas colaterales. El hecho de que el parto sea tan traumático y difícil es una barbaridad desde el punto de vista de la evolución, que está interesada precisamente en la supervivencia de la especie. ¡Vaya chapuza! Es un mal diseño. Si alguna vez habéis presenciado un parto, sabréis de lo que estoy hablando: es algo bastante traumático. De hecho, durante el nacimiento, los huesos del cráneo están solapados para que la cabeza pueda pasar por el canal pélvico y, justo después de nacer, el cráneo se abre como si fuese una flor, para ir solidificándose después del nacimiento. Esto indica la importancia de la corteza para nuestra especie, pues la evolución ha maximizado el tamaño de nuestra cabeza hasta el límite de lo posible, incluso hasta el punto de poner en riesgo al recién nacido y su madre.
Entonces, los humanos somos animales corticales por excelencia. Esto arroja algo de luz sobre la corteza cerebral, pues, si pudiéramos entender cómo funciona la corteza, entenderíamos al ser humano por dentro, sabríamos qué es lo que nos hace humanos y nos distingue de otros animales. Pero ¿qué hace la corteza? Pues en esto llevamos trabajando muchos de nuestros colegas y nosotros mismos desde hace más de cien años, una red de científicos que se extiende por el espacio y el tiempo. Una avanzadilla: es posible que la corteza sea la computadora biológica capaz de solucionar cualquier problema que sea matemáticamente solucionable; igual que una máquina de Turing, pero construida con materiales biológicos. Lo veremos en detalle más adelante.